Una pregunta que no nos ha dejado dormir en meses, ¿POR QUÉ SE ODIA AL FEMINISMO? ¿Es porque resulta incómodo? ¿Porque duele? ¿Duele? ¿Dónde duele? ¿A quién le duele? Tenemos muchas preguntas, algunas ideas para aproximarnos a las respuestas y una propuesta, cuestionemos todo. Conversemos.
Transcripción video ¿Ustedes también odian al Feminismo?
¿Por qué cuesta tanto hablar sobre feminismo? ¿Será que el término está asociado a prejuicios? ¿Será que nos hace sentirnos encasilladas? ¿Será que incomoda? Creo que sí, que el feminismo incomoda. Pero es que está hecho para eso. Porque el feminismo, en primera instancia, significa cuestionar y esto no siempre es fácil: arriesgamos nuestra zona de confort por algo que quizá no nos guste encontrar o ver de frente; corremos el riesgo de quebrarnos en el camino. ¿Vale la pena?
Sí: el feminismo es un movimiento que se la pasa haciendo preguntas incómodas, que van desde: ¿por qué las mujeres deben hacer las labores de cuidado, ser discretas — no opinar ni tener pensamientos propios, mucho menos ser abiertas sobre su sexualidad — , o no pueden practicar ciertos deportes, usar ropa “de hombre”, tomar decisiones sobre su propio cuerpo?, hasta: ¿qué mecanismos han permitido que exista esta brecha entre seres humanos, por qué algunos tienen tanto dinero; por qué otros, a pesar de sus esfuerzos, jamás van a salir del círculo del infierno en el que viven, llámese pobreza, abuso, falta de educación y de oportunidades? ¿Dónde comienza toda esta podredumbre?
SPOILER ALERT: Todo es culpa del patriarcado.
Digamos que, como el mar, el feminismo no tiene comienzo: empieza donde lo hallas por vez primera y te sale al encuentro por todas partes.
(Disculpen la referencia Pacheca, pero así pasa.) El feminismo es un replanteamiento de ideas preconcebidas (heteropatriarcales, pues). Es un par ojos nuevos, con enfoque ajustado: una vez que empiezas a ver con ellos, no puedes volver a ver como antes.
Pero por sobre todas las cosas, el feminismo es una conversación. Partamos de allí: ¡conversemos!
¿Qué es lo que hace tan difícil reconocer a la otra como un ser humano igual a una misma, independientemente de su sexo y su género? Dejemos que la pregunta resuene aquí por unos segundos.
Quizá la respuesta es que llevamos tanto tiempo viviendo bajo este sistema, bajo estas reglas, bajo estos códigos de conducta que, por normales, nos parecen adecuados. Pero, ¿y si hubiera otras maneras de vivir? ¿Se imaginan: un mundo en donde nadie se preocupara por la forma o el color de su cuerpo, sino sólo por mantenerlo saludable; un mundo en el que las mujeres pudiéramos decidir cómo vestirnos y pudiéramos salir y transitar por donde quisiéramos a cualquier hora sin miedo a que alguien nos hiciera daño; un mundo en el que tuviéramos todas las herramientas para decidir si queremos ser madres o no y que nadie nos juzgara por la decisión que tomáramos; un mundo en el que nadie se sintiera con la libertad de matarnos a nosotras, ni a nadie?
Esa es la propuesta del feminismo: imaginarnos otras formas de pensar y actuar; otras normas de convivencia, nuevas maneras de dialogar. Y la propuesta incluye ya algunas ideas: por ejemplo, si nos asumiéramos como una gran familia, una comunidad extensa de seres humanos, ¿podríamos dejar de hacer diferencias entre “tareas” para hombre y para mujeres y aprender todes a cuidarnos mutuamente? ¿Podríamos trabajar todes para el bien común: asegurarnos de que todes tenemos un techo, ropa, comida, servicios médicos y escolares, herramientas para sobrevivir en el mundo e incluso para procurar que el mundo sea un lugar seguro y sano para todes? ¿Podríamos?
1. Deconstrucción.
En los últimos años hemos escuchado muchísimo eso de la deconstrucción, ¿pero qué es, a qué se refiere, de dónde viene o qué? Deconstrucción es un término que utilizó por primera vez el filósofo Jacques Derrida en los años setenta para intentar reevaluar el conjunto de saberes occidentales, es decir para intentar visibilizar lo que los discursos hegemónicos dejaron históricamente en las sombras. Así, desde sus inicios, la deconstrucción va contra la centralización del poder y abre la posibilidad para que lo heterogéneo emerja.
En términos más simples, la deconstrucción se refiere a deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura, a descomponer un todo para darle sentido incluso a las partes oprimidas o invisibilizadas que sostienen a ese todo. Bajo esta luz, ¿qué implica la deconstrucción? Pues: indagar, reflexionar desde la autocrítica, cuestionar las estructuras existentes, identificar qué modelos destructivos estamos reproduciendo y cómo podemos modificarlos para dejar de hacernos daño (a nosotras y a les que nos rodean, incluyendo al planeta como hábitat y a los seres vivos con los que cohabitamos).
Y he aquí una razón central del “odio” al feminismo: el feminismo invita a la deconstrucción y la deconstrucción es un proceso doloroso.
¿Pero qué duele y por qué? ¿Dónde duele? En primera instancia, duele tener que re-aprender lo poco que creemos que ya entendimos de la vida. Es incómodo darse cuenta de que las cosas de las que nos hemos estado riendo todo este tiempo, no son graciosas. No es fácil asimilar que hemos sido crueles con nosotras, entre nosotras y con otras, porque nos la hemos pasado juzgando cuerpos bajo estándares irreales, esperando un ideal de amor que es ficticio — y, francamente inalcanzable — , o construyendo expectativas sexuales bajo supuestos prefabricados.
Pero tal vez lo más difícil sea comprender que no somos ni mejores, ni más especiales que nadie: que nuestro dinero no vale nada, que la raza, el género, las fronteras y todo lo demás, son inventos nuestros, que son categorías que se pueden destruir o al menos reformular. Lo anterior implica un cambio a todos los niveles: político, económico, social, cultural, personal. Entonces, la deconstrucción es un trabajo no sólo doloroso, sino largo, acaso interminable, porque es una labor que comienza en una pero que es forzosamente colectiva, social y horizontal, porque mediante ella resignificamos y comenzamos a imaginar y a aspirar a llegar a nuevos acuerdos.
Pero aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo nos vamos a poner de acuerdo todes? Bueno, supongo que si una vez lo logramos, podremos hacerlo de nuevo. Sólo que no podemos hacerlo igual que antes porque eso implicaría nuevas inquisiciones, condenas, castigos, genocidios, opresiones y todo lo que nos ha traído hasta acá. ¿Entonces?
No hay una respuesta o una solución única, clara, mágica y definitiva. Por ahora, lo que hay son más preguntas. Y es que eso es la deconstrucción: un mar de preguntas que permitan avanzar en la conversación. La deconstrucción implica analizar para poner en marcha mecanismos que nos permitan re-aprender y luego reconstruir sobre nuevas bases, en comunidad, bajo una mirada empática en la que podamos reconocernos en la otra, en la humanidad de la otra.
Y en esto hay que ser bien claras: la deconstrucción no es un tema sobre la moral, sino sobre nuestra humanidad.
2: Destrucción.
Dice la feminista e historiadora británica Mary Beard que: “No es tan fácil situar a una mujer en una estructura creada de antemano para los hombres; tienes que cambiar esa estructura. Esto significa pensar en el poder de manera diferente. Esto significa separarlo del prestigio público. Esto significa pensar colaborativamente, acerca del poder de los seguidores y no sólo de los líderes.”
Estamos acostumbradas a pensar que el feminismo sólo piensa en las mujeres. Y, en principio, es verdad: el feminismo es un movimiento de mujeres, para mujeres, por las mujeres; que aborda la complejidad de lo que implica ser mujer en un mundo heteropatriarcal, un mundo en el que la relación entre hombres y mujeres es sin duda política, porque por cientos de generaciones hemos sido oprimidas e invisibilizadas. Así que sí: el feminismo busca deconstruir lo que implica el género femenino cuestionando a las estructuras de poder, históricamente detentadas por lo que se entiende como género masculino.
En otras palabras, el feminismo cuestiona al sistema heteropatriarcal y, en esencia, lucha por la equidad y por la igualdad de oportunidades y derechos — en especial, el derecho a decidir sobre nuestras cuerpas — . Lo que quizá distinga a esta cuarta ola de feminismo de las anteriores es que hoy vemos con más claridad cómo este sistema nos atraviesa y oprime a todes, sólo que de diferente manera.
De allí otra de las razones por las que se “odia” al feminismo: porque pone en duda valores hegemónicos como la propiedad privada — encarnada en instituciones como el matrimonio — y, sobre todo, a lo que se entiende por masculinidad. Al hacerlo, parecería estar atacándonos personalmente, parecería constituir una agresión a los supuestos en los que se nos ha enseñado que se basa el mundo, a las ideas con la que estamos familiarizadas. Y claro que este cuestionamiento es difícil visibilizarlo, explicarlo, reflexionar sobre él — y por difícil, de nuevo, quiero decir doloroso y hasta vergonzoso — , porque llevamos tanto tiempo viviendo bajo sus condiciones y saboteándonos al seguir sus términos, que abandonarlo parece no sólo imposible, sino hasta anormal, incendiario, una insensatez. ¡Pero no lo es!
Rita Segato, una escritora, antropóloga y feminista argentina que se ha dedicado a estudiar la masculinidad, la ideología del macho y la mentalidad de los violadores, señala que “el patriarcado se ha cristalizado en la especie con mucha anterioridad y a lo largo del tiempo; pero también es histórico porque necesita del relato mítico, de la narrativa, para justificarse y legitimarse. Si el patriarcado fuese de orden natural, no necesitaría narrar sus fundamentos.”
Uno de los relatos míticos del patriarcado es la idea del ‘hombre’ como una persona que nunca se muestra vulnerable sino siempre fuerte, cuyo deber es proveer y proteger a los suyos; pero quien a la vez se asume como dueño de ‘los suyos’, en especial de SU mujer.
En otras palabras, el relato fundacional del patriarcado es el del mandato de masculinidad, o sea que la historia que se ha inventado el heteropatriarcado está basada en el mandato de tener que demostrarse hombre todo el tiempo, el mandato de dominarlo y poseerlo todo perpetuamente a riesgo de perder virilidad y, así, honor, credibilidad y, por supuesto, valor. (Todos estos conceptos, también, inventos retorcidos del patriarcado.) Este mandato lastima y violenta a todes los que no pueden o no quieren sostenerlo y es la base del machismo, la misoginia, la homofobia, la violencia de género y la discriminación social, laboral y política de la mujer, y hasta de la explotación de la Tierra. Pero también, y en gran medida, el mandato de masculinidad hiere a quienes sí lo siguen. ¡Sí, los machos son las primeras víctimas del heteropatriarcado!
“Dónde está la raíz de una guerra como ésta, sin forma definida, sin reglas, sin tratados humanitarios: la guerra del capital desquiciado, obedeciendo solamente al imperio de la dueñidad concentradora,” se pregunta Segato, para enseguida responderse: “desmontar el mandato de masculinidad no es otra cosa que desmontar el mandato de dueñidad.” En ese sentido, el feminismo es liberador para las víctimas de dicho mandato en tanto invita a olvidarnos de la absurda postura de macho alfa y aceptar que no hay macho alfa, ni macho beta, sino sólo seres humanos.
Es decir, el patriarcado es algo que se puede deconstruir, es una cosmogonía que se puede (y, para como están las cosas, DEBE) cuestionar. La idea, por supuesto, es derogarlo y transformar la manera en que entendemos hoy el mundo y sus relaciones.
De nuevo las preguntas, ¿cómo nos liberamos del mandato de masculinidad? Y de nuevo: no hay una respuesta única, mágica y clara, pero la discusión vale la pena. Vale la pena cuestionarnos los fundamentos del heteropatriarcado, deconstruirlos y replantearnos la idea de masculinidad, reconocer el daño que ha hecho, buscar otros caminos y comenzar a andarlos, hombro a hombro.
3: Reconstrucción.
La narrativa del heteropatriarcado nos lastima a todes. La buena noticia es que el feminismo llegó para quedarse y está presente hoy más que nunca. No estoy diciendo que el feminismo sea la respuesta a todos los problemas del mundo — aunque yo sí lo creo — , sino que es una herramienta para combatir al statu quo porque el mundo que hoy habitamos es injusto, opresor, vertical, inequitativo y desigual.
Lo que el feminismo busca, a partir de cuestionarlo todo, es construir otro mundo desde la empatía y la compasión, desde nuestro reconocimiento en les demás seres vivos. El Feminismo es el movimiento social más importante hoy en día porque propone una transformación social profunda, su alcance involucra seres humanos y naturaleza, su objetivo es acabar con la cultura de la violencia.
Nadie nace feminista. Nadie está obligado a asumirse como tal para preguntarse por las formas en que interactuamos, ni para para sumar a la transformación de nuestra relación con el planeta y los demás seres que lo habitan. No hay una respuesta única y tampoco hay un único feminismo, porque el feminismo es un movimiento vivo y horizontal y porque las problemáticas que combate no sólo están muy arraigadas a la concepción general del mundo, sino que son muchísimas. Además, la lucha feminista no se ancla en una cuestión únicamente de género, sino que va contra el sistema de clases, de razas y, por supuesto, de capitalismo impuesto por el patriarcado.
Pero en algo sí coinciden todos los feminismos y es que, en última instancia, lo que buscan es dejar de existir. Mientras el mundo siga girando, tendremos oportunidades para replantear, para conversar, y cuestionar. Tendremos alternativas para reconstruirnos. Porque nada dura para siempre, la historia lo prueba.
Referencias video Chinicuil ¿Ustedes también odian al Feminismo?
13 libros para cuestionar la masculinidad
Cuando el FEMINISMO deja fuera a algunas mujeres
También recomendamos esta conferencia de Chimamanda Ngozi Adichie (que se puede encontrar en forma de libro bajo el título “Todos deberíamos ser feministas”)
Si les interesa abundar en el tema, recomendamos que consulten la edición dedicada a Feminismos de la Revista de la Universidad